Llovía, llovía lo suficiente para abrir el paraguas, la acera era estrecha y se reconocieron en la distancia. Desde lejos se sonrieron y siguieron caminando, preparándose para el encuentro en unos metros, en unos segundos, él se quitó un auricular del ipod con la precisión exacta para poder intercambiar un saludo, una brevísima frase, pero que le suena pausada, grave y dulce a sus oídos, mientras ambos se ponen de lado para facilitarse el paso, él la mira con detalle pero eso no le importa tanto como de pronto reconocer en su sonrisa franca, un matiz de felicidad por el fortuito encuentro, es quizá un chispazo en su mirada y luego ese gesto, ese gesto que ya se lo había advertido con anterioridad pero que luego dejó de hacer y que de pronto ahora, al volver a hacerlo le parece sumamente significativo, le dice adiós con la mano junto al pecho como si no fuera bastante decirlo en voz alta, le resulta un gesto alegre, espontáneo y auténtico, ha sido para ella, sólo para ella. Un gesto que le ha llevado una nueva sonrisa a los labios y el corazón agitado hacia el coche, y la lluvia de pronto ya no le moja, ni el cielo es gris pues atardece en algún lugar escondido de sus ojos, sin poder evitarlo.
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2 comentarios:
Muy alentador. Un beso.
Gracias, tú si que lo eres.
Buen inicio de semana.
Un beso
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