miércoles, 3 de junio de 2009

Tu otro cuerpo

Era viernes, estábamos acabando la clase, el sol desde la cristalera lateral inundaba de reflejos la piscina, sólo faltaban los estiramientos. Como siempre seguía atenta al profesor para ir siguiendo sus indicaciones, cuando advertí en su mirada una expresión de extrañeza y un leve matiz de fastidio a pesar que saludaba y acto seguido le lanzaba la pregunta ¿Tienes entreno?. Volteé el rostro con una curiosidad liviana, sólo un momento y sin querer tuve un gesto reflejo dos veces. Que vergüenza. Ese tipo de gestos que a veces he advertido desde el coche cuando un hombre caminando por la acera se gira dos veces a mirar una mujer guapa que acaba de pasar por su lado.
Fue como una alucinación extraña, los reflejos en el agua, pintaban la escena de dorados como en un sueño y al verlo allí de pie, su cuerpo, perfecto y musculado sin un ápice de exceso, los volúmenes justos, era simplemente eso, un cuerpo hermoso. Como debían ser los cuerpos de los adonis, como recordaba a aquel auriga de Delfos, con sus rizos sobre la frente.
Él nunca había tenido un cuerpo como áquel, sólo tenían en común la juventud, casi estoy segura, sin embargo al verlo, fue como si las neuronas hicieran una sinapsis escándalosa e impropia, si casi pude escuchar el chasquido y por ese instante me pareció plausible, que aquel cuerpo fuera el suyo.
Y yo a pesar del asombro seguía obediente con los estiramientos del antebrazo, con la muñeca sobre el gorro de silicona. Es imposible me decía, él ya no está aquí hace mucho que no le ves. Y mientras mi cuerpo se recuperaba del esfuerzo, inspiraba lentamente el aire para calmar el ritmo cardíaco, los pensamientos iban a la suya, cabalgando al galope un poco desbocados. Me concentré en la música. Respiré. Que tontería, he tenido algo así como deben ser los espejismos, los he confundido, he puesto el cuerpo de una persona en otra, pero que extraño corte y pega, y que bien, que bien le quedaba ese otro cuerpo.

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