viernes, 13 de abril de 2012

Una hora

Hay una hora, en un día de la semana, en que las extraescolares de mis hijas coinciden y dispongo de una hora para mí. Puede que suene raro, teniendo en cuenta que por la mañana van al cole, pero no lo es en absoluto. A esa hora, a media tarde, estoy fuera de casa y muy cerca de una biblioteca. Convergen el tiempo, el espacio, la oportunidad y la tentación a partes iguales.  
Me subo a la tercera planta, busco mi rincón favorito y allí como un amante, que eternamente espera,  está el sillón rojo, no diré que me espera con los brazos abiertos porque ni los tiene, ni  los tuvo nunca porque es fruto de un diseño contemporáneo y minimalista,  pero su carencia uno la perdona enseguida por la comodidad con la que te recibe,  la misma comodidad que uno siente en compañía de los buenos amigos.
Hoy necesitaba poesía. Cuando me canso del día a día, de las conversaciones que no dicen nada, necesito que alguien me diga mucho en muy pocas palabras. Necesito una síntesis que me emocione o que me conmueva. Hoy me dolía la cabeza, no tenía ganas de otra cosa, que de silencio  y de palabras, necesitaba palabras escogidas y casi siempre las encuentro  en los versos, muchas veces sin rima, en esos ritmos sutiles y ocultos que tanto me asombran a veces.
Buscar entre las estanterías a mi antojo es una de las cosas que me hacen, sumamente, feliz. Siento una alegría infantil, una levedad como de mariposas, poso la mirada por todos esos autores. Últimamente me decanto más por ellas. Cogí una antología de Alfonsina Storni, cogí otra antología de Benedetti y reparé en un apellido raro, que al tiempo me recordó a una clase en la facultad. La foto de la contraportada sin embargo no me evocó su imagen de entonces. Lo recordaba más delgado, más nervioso y la foto, en blanco y negro, mostraba un apacible y apuesto hombre.

Así que lo tomé con curiosidad primero, con creciente admiración a medida que pasaba de un poema a otro. Me lo llevé a casa, lo he buscado en la red, tiene blog, sigue de profesor en otra facultad, colabora en una revista y ha escrito bastante, ganado algunos premios. Y yo pensé que he hecho en todo este tiempo. Veinte años han pasado ya desde mis veinte.

Ni un solo concurso, ni un solo libro. Ni de poemas que son más breves. Tal vez por eso sentí un orgullo indescriptible cuando mi hija hace unas semanas, se empeño en llevar su cuento  a un concurso literario del ayuntamiento. Su obstinación, fue mayor que mis recriminaciones por presentarlo en el último momento. Pero no se dejó convencer, ella quería presentarlo. Así que cogimos los paraguas, nos fuimos a comprar el sobre grande, luego a desayunar  a un bar del centro  y  por fin,  nuestros pasos abrieron las puertas de cristal y entramos a entregar su cuento.

 No sé si ganará, pero te aseguro que viendo su determinación, su voluntad y sobretodo aquella cara, con una sonrisa que mezclaba ilusión y satisfacción,  a mi, me hizo sentir la ganadora de todos los premios.
Otra vez constaté que los niños son mejores maestros, no dicen ves ya te lo dije.

 Son sencillamente majestuosos.

2 comentarios:

Estrógena dijo...

Llego a tu blog por un comentario en otro blog que seguimos y me atrajo saber quién estaba detrás del comentario. Y no has defraudado, qué tierno y qué natural veo todo por este blog. Me encanta, por eso soy tu nueva seguidora :)
Y los niños, ay! los niños son esos capaces de sacar lo mejor de nosotros. Me encantan!

Mua, mua!

Sonia dijo...

Muchas gracias Estrógena por la calidez de tus palabras y bienvenida!

Cumpleaños Feliz, hija.

 Ayer cumplió 17 nuestra hija pequeña, sí, la de los ricitos, la que era menudita pero muy espabilada,  la que acompañaba a su hermana mayor...