sábado, 25 de agosto de 2012

Días de vacaciones

 
Hace una semana que volvimos, así que ahora debo rememorarlas ni que sea brevemente para poder volver a ellas, de vez en cuando.
Estuvimos en Menorca, en el mismo hotel que fuimos cuando estaba embarazada de la peque y la grande tenía tres años. En casa ese hotel lo llamamos el pirata, porque en la animación tenía uno y así se quedó.
 Lo primero que he de decir es que es un destino infravalorado por el turismo nacional, y sin embargo estaba lleno de italianos. Qué playa, qué agua transparente en la orilla, qué delícia de tonalidades azules, qué arena más fina, esta vez Jose no quiso dar vueltas, es agosto y solíamos venir por San Juan, así que nos quedamos en el hotel, a pie de playa.
Y yo que no me gusta madrugar, me ponía el móvil para despertarme antes y poder pasear por la playa. Recordé a una persona con la que trabajé que decía que si se madrugaba para ir al trabajo con más motivo había que hacerlo el fin de semana para disfrutar del tiempo libre. Y la verdad es que fue un auténtico placer esos paseos antes de ir a desayunar todos juntos.
 
Y casi todas las veces, lo hice acompañada por la peque, que se despertaba y poniéndose de pie en la cama se mostraba dispuesta a acompañarme, risueña y sigilosa para no despertar a su hermana. De esos paseos por la mañana saqué un par de conclusiones, la primera es que no sabemos aprovechar la belleza de las horas primeras en la playa. A pesar de que a esas horas la luz es preciosa, y el sol acompaña sin que te agobie el calor, había pocas personas disfrutando la playa, los dos hombres que colocan las sombrillas y las tumbonas, limpiándolas de arena con una escoba, algun corredor, unas cuantas abuelitas con sombrero y pocos más. La segunda es  que me encantó eso de empezar el día con un paseo por la orilla, mojándome los pies de la mano la nena que te explica cosas, muchas teniendo en cuenta no haber tomado un café con leche, que ahora quiere saber de quién es esa huella en la arena, de gaviota, ah no espera esta es de pato, vamos a verlos. Y a la que luego animo a escribir su nombre y a poner sus manitas en la arena mojada, para que quede el recuerdo, como en el paseo de la fama aquel, y luego se sorprende por la avidez con que el agua se lleva su nombre.
 
Sin embargo el último día fue especial, porque mientras nos acercábamos a la playa, tuve una visión inolvidable, pues en vez de los pequeños veleros de costumbre, había anclado un espectacular velero de época. Fue emocionante y te aseguro que por unos segundos pude compartir el sentimiento de pavor que debían sentir los habitantes de la zona cuando avistaban un barco pirata. La foto la tomó él horas más tarde. 
 


En fin que ellas disfrutaron mucho y nosotros realmente pasamos unos días de lo más relajados. Y también voy a rescatar una de las noches, la que viniendo de hacer la crêpe de Cales Fonts, paramos a ver las estrellas fugaces. Allí fue la mayor, la que disfrutó de lo lindo, sorprendiéndose y gritando de emoción cada vez que veía una. Qué cielo, esa noche se veía el firmamento como pocas veces lo he visto, el camino de estrellas que es la vía láctea. Acostumbrada como estoy a ver el puñado de estrellas que se ven desde el cielo de Barcelona, aquello parecía un planetarium.

Me llegué a plantear si la gente que vive allí todo el año es consciente de toda la belleza que les rodea, o si uno llega a inmunizarse y acaba por serle indiferente. Habrá que volver y seguir investigando.

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