viernes, 22 de febrero de 2008

Un lugar entre montañas

He ido a pasear con mi nena, era uno de esos días extemporáneos, el calor del sol en la terraza del café de la Plaza Sant Martí, el aroma de flores en el aire, disfrazó de primavera lo que era un viernes de febrero.
El parque estaba desierto, así que hemos subido en el columpio mucho rato. La banda sonora era un continuo trinar de pájaros, que despertaba la curiosidad de mi hija y los buscaba insistente con la mirada entre las tupidas ramas del ciprés, de pronto desde la obra de enfrente un operario se arranca a cantar como si estuviese en un balcón de Sevilla en Semana Santa, y no lo hace mal y me arranca la sonrisa. Camino por el pueblo, con sus aceras estrechas que te obligan a bajar de ellas continuamente, feliz de estar aquí, de vivir aquí. Porque me encanta levantar la vista y encontrar a mi alrededor montañas de bosques de pinos. Y si soy yo la que había vivido 12 años en el Eixample de Barcelona. No lo cambio me encanta esta quietud, saludar a la gente, cruzar unas frases. Las ciudades han dejado de ser atractivas para mí para vivir, existe una competencia constante por todo, por el espacio por supuesto, por el asiento del bus, por el aparcamiento en la calle. Las prisas innecesarias en las que nos vemos inmersos, porque en nuestra mente el urbanita, es ese ser que vive intensamente, que aprovecha todos los minutos de su tiempo, lee en el transporte urbano, camina a paso ligero, luego va a la filmoteca, después queda para cenar con amigos y hace la copa. Que si que ya he vivido todo eso, pero que esto es mejor. Y me lo digo a mi misma cuando a veces me olvido y llego al parking de Barcelona y saludo al desconocido con el que me cruzo, cuando veo que me ignora o que saluda azorado. Y de pronto recuerdo que hay que ponerse la máscara de la indeferencia, y hacer como si no hubiera nadie a tu lado.
A pesar de eso, cuando voy a Barcelona siempre pienso, que suerte que suerte poder estar tan cerca de tanta belleza. Y recuerdo a Sthendal y a su síndrome y respiro hondo.

3 comentarios:

Miau dijo...

Qué bien suena eso que cuentas.

Yo vivo en una ciudad pequeña, así que aunque no es un pueblo pero tampoco es el agobio de una ciudad grande. Aquí, si miras al cielo, todavía se ven las estrellas, y se escucha el cantar de los pájaros.

Eso sí, con críos y trabajando fuera de casa, pues quieras que no hay prisas, para no llegar tarde al trabajo, para no llegar tarde a recoger a la niña del colegio, etc. Pero en los barrios se sigue saludando al vecino, y se habla con el panadero, y con el carnicero, y con el pescadero, ...

Sonia dijo...

Miau, es que creo que a veces no damos la importancia suficiente a eso de saludarse, de interesarse por el otro, y nos perdemos algo importante.
Un saludo.

carlos dijo...

La de cosas pequeñas que nos da la vida y no somos capaces de darle la importancia que tienen. Cada mañana, al despertarme y bajar la estación veo la vida pasar. Gente que pasea, gente que corre, gente que va al cole, gente que va a trabajar, gente que abre las persianas de su negocio, gente que espera sentada en un banco... y todos compartimos el amanecer de un día nuevo sin dedicarle un sólo instante a pensar que existe vida más allá de lo que tenemos delante de los zapatos.´

Hasta otra...

Cumpleaños Feliz, hija.

 Ayer cumplió 17 nuestra hija pequeña, sí, la de los ricitos, la que era menudita pero muy espabilada,  la que acompañaba a su hermana mayor...