Cuando visité Florencia la última vez, y de eso pronto hará diez años, ya lo noté, los florentinos estaban cansados del bullicio de los turistas, que como si fueran bárbaros invaden el centro, junto a la catedral. Pensé que agobio vivir en un sitio así.
Pero luego volví a mi ciudad, a mi trabajo en un despacho en Via Laietana, al cual llegaba cada día dando un paseo desde Pl. Catalunya, bajaba Porta Ferrisa, cruzaba en diagonal la Plaza de la catedral y llegaba bordeándola hasta la plaza Ramón Berenguer, cuya escultura ecuestre me hacía reír siempre por la cantidad de fotografías que merece y sin embargo pocos autóctonos reparaban en ella.
Llegó la primavera y vi como se llenaban de autocares, con estudiantes italianos y franceses de fin de curso, luego llegó el verano y por los cruceros ya no había una sola mesa libre para desayunar en la terraza del café al que solíamos ir, tras las semanas de vacaciones volvió el otoño a llenarse la plaza de la catedral, esta vez de jubilados que despistados y risueños te impedían el paso mientras siguen a un banderín, y el invierno, por fin, parecía que el frío podría poner algo de orden pero llega la Feria de Santa Lucia y todo se llena de paradas con figuras de pesebres, y con ellas hileras de niños que se asoman de multitud de colegios no sólo de Barcelona sino de los pueblos de alrededor. Por fin pasaron las fiestas y la plaza recobró su aspecto, por poco tiempo.
Recordé a Florencia, y pensé algo tan sencillo como triste: el turismo a veces se cobra más de lo que deja.
Yo dejé aquel trabajo, me fui a vivir a las afueras, el bar de la terraza cambió de dueño.
martes, 15 de julio de 2008
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2 comentarios:
No conozco Barcelona pero tiene que ser preciosa.
Un beso.
Pues la intuición no te falla, date una vuelta algún día por ella.
Un abrazo
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